PERDIDA EN LA ESTACIÓN
Por las páginas inglesas de trabajo social podemos encontrar un chiste en el que se esquematiza el cerebro de un@ trabajador@ social. De entre las miles de cosas, una ocupa un lugar muy importante. "¡TENGO QUE ESCRIBIR UN LIBRO!".
Laura Ruiz Urbán así lo ha hecho, y en abril ha debutado con su ópera prima "PERDIDA EN LA ESTACIÓN", una novela que en primera persona nos relata a lo largo de 24 capítulos la odisea de Sara y su madre por escapar del universo de malos tratos, empezando por una huida precipitada de su casa... pero... mejor dejo que descubráis vosotr@s mism@s la historia de Sara.
Puedo adelantar que se aprecia el tesón y la ilusión con los que la autora redactó cada una de las 231 páginas. Pero prefiero centrar mi reseña en el esfuerzo que ha realizado para integrar un sinfín de situaciones y experiencias dentro de una misma historia que Sara (la protagonista) nos explica de forma minuciosa con extensos soliloquios, o se desgranan en amplias conversaciones con un estilo directo, carente de incisos, texturas o cualquier tipo de adorno. No hay espacio en las conversaciones para que l@s protagonistas suspiren, se toquen el pelo o miren por una ventana. El mensaje es directo y sin filigranas.
Así, los personajes se conforman en una especie de tragedia griega en la que ya desde la primera página, sabemos que todo irá a peor, una especie de "La Soledad de los Números Primos" pero a un ritmo más marcado; malos tratos psicológicos y físicos. Violaciones. La dependencia de la madre hacia el mal tratador y como lo justifica. Los príncipes azules. Las amigas. La familia extensa. Los centros de acogida. Los servicios profesionales. Las penas, condenas y medidas preventivas. Los miedos y traumas. La importancia de las redes extensas. Los insultos. La humillación del abogado. El bochorno. Más violaciones... En esta novela se conforma toda una galaxia con infinitas espirales que se amplia con historias paralelas de otr@s personajes que comparten escenarios con los principales. Siguiendo el estilo narrativo, el constructivo lleva la misma pauta... Nada queda en punto ciego, nada queda por "ser explicado".
Como en toda gran historia tenemos un némesis del protagonista principal, en este caso es Luis (padre de Sara). Este "Monstruo" comparte por momentos parecidos con otro ya muy conocido: Antonio, interpretado por Tosar en "Te doy mis ojos". Pero a diferencia del de Iziar, Luis se perfila como un monstruo perfecto, gracias a los exhaustivos soliloquios de Sara. Cualquier intentona por su parte de ganarse simpatías, o al menos la lastima del lector, es rápidamente abortada por la protagonista que continuamente nos aclara una dura realidad: no existe color blanco en este Moby Dick, no existe magnetismo o atractivo en este Drácula. Básicamente es un Freddy Kruegger del que solo podemos esperar dolor.
De todo, lo más interesante puede ser el itinerario de Sara y su madre: Sin ser experto en el tema, creo que la sucesión de recursos a los que acuden, las fases de diagnóstico, el crecendo de la violencia del padre, esa perpetua huida y en general todo lo que acontece dentro de las páginas pueden reflejar una especie de marco en el que pasan tantas cosas que por extensión cualquier experiencia real va a sentirse reflejada en uno u otro punto. Anticipo que pese a todo el itinerario, el monstruo es perfecto y el final no es nada feliz (No desvelo nada que no se intuya del indice del libro). La vida sigue y hay que tomarla con sal y limón.
En resumen, una obra directa, extrema en las descripciones, que habla de lo que tiene que hablar sin dejar nada en el tintero.